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lunes, 1 de julio de 2013

GUERRERO, INGOBERNABLE

Guerrero hace honor a su nombre. Está en pie de guerra. Y en plena ingobernabilidad. La entidad es ahora mismo un patio de enfrentamientos entre intereses contrapuestos de distintas fuerzas políticas locales que no reconocen ni respetan a la autoridad misma que, ha mucho, ha perdido su derecho a arbitrar y, en consecuencia, su obligación a hacer prevalecer el interés general.

En pocas palabras, al “gobernador” Ángel Heladio Aguirre ya todos le tomaron la medida.

Paciente de una enfermedad crónica, incurable y mortal –de la que ni siquiera tiene conciencia o simplemente niega–, Aguirre ha ampliado la brecha -poco menos que insalvable, según parece- entre las crecientes demandas de la sociedad civil y la (in)capacidad del sistema “democrático” para dar cumplida satisfacción a tales demandas.

Una incapacidad debida, es cierto, a la falta de recursos disponibles, a la crisis fiscal del Estado, a la quiebra del Welfare State, etcétera…

Pero también a la ausencia de imaginación, empeño y hasta conexiones políticas de quien por segunda ocasión ocupa la casa de gobierno en Chilpancingo.

Asesinatos de políticos, represión a manifestantes –y a un mismo tiempo, temor a hacer valer la ley frente a los grupos contestatarios que bloquean caminos durante horas– y proliferación de brigadas civiles armadas que sustituyen o desplazan a las fuerzas policiacas son el aderezo final de un coctel que, de suyo, tiene como principales ingredientes al narcotráfico y a la guerrilla que no pocas veces confluyen en una misma ruta.

Frente a ello la pasividad, el temor, la enfermedad misma del “gobernador” Aguirre que, en cabeza propia, ya sabe el significado de aquello que dice “nunca segundas partes…”.

Guerrero en pie de guerra.

Y sin árbitro.

 

¿BYE,BYE, AGUIRRE?

 

¿Cómo superar esta crisis de eficacia -que es también de legitimidad- por la que atraviesa la democracia en Guerrero?

“Enfermar” –todavía más– al dizque gobernador y sustituirlo ya es posible desde este primer día de abril, justo cuando se cumplen los dos primeros años del inicio de su mandato que, por cuestiones de arreglo del calendario electoral, será de sólo un cuatrienio.

Nada extraño que tal sucediera en una entidad que ha tenido una larga cadena de gobernadores constitucionales, interinos, sustitutos, incluso provisionales y en la que muy pocos han permanecido el periodo completo para el que fueron votados.

Relevar a Aguirre del cargo, empero, no resolvería los problemas ancestrales de miseria, atraso, violencia, cacicazgos político-familiares y marginación que viven los guerrerenses. Pero en algo ayudaría.

Aguirre mismo fue sustituto del segundo de los Rubén Figueroa, cuando a éste lo alcanzó la responsabilidad de aquella matanza de campesinos en el vado de Aguas Blancas.

Sería altamente paradójico que a él también se le sustituyera.

Pero ¿por quién?

Habría que recordar que Aguirre defeccionó del PRI cuando este partido no lo seleccionó como su candidato –su primo fue el abanderado– y abrazó las banderas perredistas que, con la ayuda hasta descarada de Marcelo Ebrard, lo llevaron al triunfo.

¿Debería ser perredista, entonces, el sustituto, caso dado de que en “el Centro” se tomara la decisión de enfermarlo todavía más de lo que está?

¿Es eso lo que detiene una decisión que urge adoptar, antes de que la ingobernabilidad de plano acabe con la convivencia en Guerrero?

¿Estará el tema en la mesa del Pacto por México?

 


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